EL DÍA QUE EMPECÉ A QUERERME


EL DÍA QUE EMPECÉ A QUERERME

El día que empecé a quererme, 
dejé de necesitar culpables. 
No tuve más necesidad de lanzar mis miedos a la cara de nadie. 
No fue preciso justificarme ni reprochar. 
Descubrí que la vida era inocente y no conspiraba contra mí.

El día que empecé a tenerme en cuenta, 
de repente no estuve ni encima ni debajo de nadie. 
Mis principios eran los míos. 
No necesitaba defenderlos ni imponerlos. 
Ni siquiera precisaba perpetuarlos en el tiempo, 
porque podía ir adaptándolos a mi crecimiento vital. 
Descubrí que no requería aprobar ni ser aprobado.

El día que empecé a considerarme mi propia compañera, 
no volví a estar sola. 
Ya no fue necesario mendigar reconocimiento 
ni sacrificar mi esencia. 
Me liberé de la necesidad de sentirme arropado 
y paradójicamente, encontré más abrazos que nunca. 
Descubrí que, en realidad, la soledad medía mi propia ausencia.

El día que empecé a decir no cuando lo necesitaba 
y sí cuando lo sentía, dejaron de ser importantes 
los asentimientos o las negaciones. 
Entendí, a un nivel profundo, 
que el respeto no era fidelidad inquebrantable. 
Descubrí que cada entrega incondicional, 
estaba ocultando múltiples condiciones.

El día que empecé a ser yo, 
tomé conciencia plena de que no sabía quién era. 
No fue preciso tener una respuesta elaborada o un plan fijo. 
No fue necesario, nunca más, poseer certezas plenas. 
Y desde esa ignorancia patrocinada, 
comencé a ser un poco más sabia. 
Descubrí, que cuando me permitía vaciarme, 
estaba abriendo espacio para poder llenarme de cosas nuevas.

Sé que me quedan muchos nuevos comienzos 
en muchos días nuevos. 
Cada uno de esos días, una parte de mí morirá 
para que otras den a luz.

De Luis Bueno
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